Mamboretá.



Lo que uno recuerda, es lo que jamás quisiera recordar.
Y uno así se da cuenta de que no tiene a nadie.
Y cuando uno obedece a su conciencia, se da cuenta que le es extraño aquello que extraña, por lo cual todo se le vuelve subjetivamente extraño.
Letal. Casi imprudente.
De repente, le carcome la temperatura de lujuria que lleva en el pecho, ella misma es la que lo incita irse a dormir con cualquiera que le proponga unos mimos toda la maldita noche…
Y pensar que antes, mucho antes, deseábamos estar solos…
Y ahora si. Al fin solos…
Solos en soledad. Sin nadie.
Sin nadas.
Vos y yo… mi mejor amante. Yo y mi propia conciencia.
Terminando cuenco, obtuso. Meditante. Observador.
Que más quisiera hacer en este momento que tener el derecho de amar a alguien.
Ser, solo ser, y no más que ser.
Es la analogía de un pobre bicho raro, de esos que comen piojos, a veces, como escusa cotidiana que pide permiso a la vida para poder vivir. Para creer y mirar a un futuro a través de sus ojos. Ojos que muestran una desdichada mirada perdida. Ojos que lloran. Ojos que sienten, quizás, sinsabores de soledad.
Amarguras de un vino añejo.
Como membranas de la conciencia que le hacen penar a uno de vez en cuando

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Ellos y nosotros... Enamorados de la vida... Pero como todo amor lleva a la locura... Locos enamorados entonces, para así ser felices jugando en una bohemia imparable... Y así, viviendo, aprehender la vida misma Buena suerte revivir recuerdos del nacer ayer en un encuentro que ahora es cercano...

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